El viejo solía, en las mañanas,
echarle agua a las matas, era un hombre barrigón, con piernas delgadas, cabello
negro teñido, era la persona con más empatía que yo conocía, eso no significaba
que la usará con todo el mundo, normalmente la usaba con quienes él quería, así
que mi viejo era selectivo y quería mucho a las matas.
Las matas están en mi pequeño balcón
de piso negro mate, puestas encima del muro del balcón donde si llueve serían
naturalmente regadas, no les conozco el nombre sólo sé que son seres vivos que
requieren agua, sol y tierra, nada adicional.
A veces las dejaba sin regar
durante dos o tres días y por casualidad papá me hacía la visita, entraba a la
casa y las veía allí agonizantes pidiendo agua a gritos, se enfurecía y me
decía:
-
¡Es qué no ves que se están secando las matas!
No sé porque siempre dejaba que
sus rabias despertaran las mías y respondía:
"¡Écheles agua usted! ¡En lugar de ponerse a alegar!"
Y echando madres cogía un tarro,
lo llenaba de agua en la cocina y les echaba agua de manera desesperada,
-
¡Si no es
por mi deja secar esas matas! ¡Uno no puede ser así!.
Y yo me quedaba en mi sillón como
si nadie hubiera dicho nada, pero él tenía razón. El motivo por el cual me
había marchado de su lado era que yo quería valerme por mi mismo, eso
significaba alimentarme yo mismo, plancharme la ropa yo mismo, comprarme yo
mismo el papel higiénico y obviamente entre letras, entre deseos, estaba
echarle agua a las matas yo mismo y no dejarlas secar.
Pero no logré hacer los frijoles como él los hacía y tenía
razón, es importante aprender a comer bien.
Un día el viejo amaneció muerto en su cama, aún recuerdo la
imagen, tal vez no vaya a olvidar la imagen en lo que dure mi vida.
Vinieron mis amigos, vino la familia, empezaron todos los
procedimientos litúrgicos y yo lo único que hice fue quedarme sentado en el
velorio pensando en que significa la vida, en si sí vamos al cielo o no.
Días pasaron, meses pasaron, he estado muy disciplinado en
el asunto de echar agua a las matas, a veces llueve y me relajo, me quedo en mi sillón leyendo algo
tranquilo y para descansar los ojos observo a través de la ventana la lluvia
mojar el balcón y las matas.
Los frijoles ya me quedan bien.
Pero hay días de días en los que no me porto bien, en los
que me voy o se me olvida o simplemente me da pereza regalar las matas, esos
días suele llover y relampaguear.
El viejo desde el cielo suele hacer truenos y enfadado regar
mis matas.
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